Johnson Ulises
Demandantes:
1) Chapu Valdegrama/tema-Los celos:
monserga-palangana-estetoscopio-viruela-linfocito.
2) La
ornitorrinco verde/tema ...
tetas-malditismo-españa-poeta
triste.
3)
Maria Marta M.P/tema- ...
doula-criptopolvo-oreja-bipolaridad-constancia.
EDIFICIO
URSA - BLOQUE 3 - planta 9
Letra
E - PARALISIS
Entro
a toda velocidad en el edificio que conocía bien. Su aspecto,
ubicación, vivía allí. Siempre cogía el ascensor, siempre, le
esperaba si no le estaba esperando a el, no era claustrofobico, le
gustaba, tanto cuando subía como cuando bajaba. El bloque tenia
escaleras, como todos en todas partes, hoy iba a conocerlas bien, hoy
no le esperaba la caja lenta, ni siquiera echaría en falta la
monserga de la vocecita seductora y muerta de la mujer electrónica
que anunciaba la condición del viaje - subiendo - - bajando- -
cierre de puertas-. Estaba tan nervioso por lo ocurrido en la calle
que solo los automatismos vitales de su mente y la memoria muscular
pudieron traerlo de vuelta. Nunca te levantas una mañana en toda tu
vida pensando que algo así podría ocurrirte. De saberlo, no
saldrías de casa, no querrías despertarte, ni siquiera seguir vivo.
Tampoco escucharía el - novena planta- de la mujer muerta del ataúd
metálico-plastificado del sube-baja. Hoy no podía esperar, fue
directo a la puerta que daba a la escalera, vio su mano coger el aire
junto al picaporte por dos intentos, el tercero consistió en golpear
la puerta exigiéndola que lo dejara pasar, que allí no estaba
seguro, a las cuatro patadas el picaporte aulló con un crack sordo y
cedió el paso al vecino lloroso que temblaba histérico. Subió los
escalones de cuatro en cuatro con el pie derecho dolorido anunciando
posibles hematomas. Solo pensaba en subir, subir hasta la protección
de su piso, cuanto mas gritaba el pie, mas se impulsaba hacia arriba.
En
el 5º piso desaparecieron las fuerzas, utilizo como recurso el
terror que intentaba consumirlo para terminar el trayecto. Meter la
llave en la cerradura le hizo parecer un borracho. Por fin dentro
cerro de un portazo. Apoyo la espalda contra la hoja de madera como
si pudiera contener una horda asaltante y busco sosiego en el
mobiliario conocido. Algunas cosas parecían nuevas, le saludaban
como si acabasen de instalarse en el apartamento. El espejo de la
entrada mostraba una cenefa plagada de diminutas hojitas que se
entrelazaban entre si, formando una filigrana indisoluble. No se
reconocía en el hombre que aparecía al otro lado del cristal,
mostraba los ojos enrojecidos y sudaba copiosamente. Miro en todas
direcciones, temeroso incluso del aire que le aprisionaba la camisa
empapada. Se desnudo de camino a la ducha, sujetándose a la pared
del pasillo para no caerse, dejando un rastro de huellas dactilares
con cada prenda que se quitaba. El suelo quedó sembrado de ropa
multicolor. Tenia la esperanza de que el agua se llevara la desazón
que lo atenazaba, o por lo menos que la mitigara en parte. No llego.
Equivoco la habitación trastornado como estaba y acabo en el
dormitorio, tumbado boca abajo sobre la cama.
Cuando
despertó la luz parecía la misma de antes, se expandía como la
viruela lamiendo cada objeto. Entrecerró los ojos dolientes y alargo
el brazo para cerrar las cortinas, pero no lo vio suspendido ante el,
para realizar el trabajo encomendado. No se movía, no podía
hacerlo, no podía moverse, abrió los ojos hasta el máximo
permitido y entendió que estaba paralizado. Después de varias horas
de desesperación se sentía como un bebe indefenso, habría dado lo
que fuese por una doula benevolente. Apoyado sobre su oreja derecha
comenzó a escuchar voces. Se encontraba mentalmente ko, agotado por
el esfuerzo de gritar sin conseguirlo, no aceptaba su situación.
Desde
su posición podía ver la puerta abierta y la pared del pasillo, la
constancia de los colores se desvanecía con el movimiento del sol. Junto a la puerta se entretuvo observando la bipolaridad de los
trazos de un Velpister titulado criptopolvo, un cuadro dedicado al
malditismo de los poetas tristes de una España indiferente. El autor
plago el lienzo con el cuerpo de una mujer desnuda, las tetas
resaltadas para encumbrar el erotismo como fuente de inspiración
terrenal.
Estaba
tan asustado por su estado que tuvo celos de las motitas de polvo,
que deambulaban como linfocitos libres por la estancia, posándose a
placer sobre objetos escogidos, el teléfono movíl sobre la
cajonera, la lampara sobre la mesilla de noche, una palangana para
ropa sucia. La cama entera parecía un estetoscopio gigante que
atronaba su corazón sobrecalentado. No podía moverse, no entendía
porqué y no sabia que iba a ocurrir. Las voces aparecieron de nuevo,
pero no venían de su oído, se encontraban en su mente, después de
unos minutos de estupor, se relajo, se conecto, creyó reconocer al
vecino del quinto, el de la puerta B. El señor Juan, de unos
cuarenta y cinco años, hablaba con su sobrina pequeña, Marina. La
decía que se quitara la camiseta.
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