sábado, 31 de agosto de 2013

relato corto - JACINTA LA LECHERA




Jacinta se despertó con un sueño revelador entre las manos, después de años del fallecimiento de su padre, se quedo sola en la hacienda familiar, como también heredo algún dinero, vivía tranquila sin tener muy clara la forma de su futuro, había alguien con quien quería compartirlo, pero era complicado, y así pasaban los días, se sentaba en la parte trasera de la gran casa que daba a las tierras de su propiedad, y miraba a lo lejos, al horizonte en busca de un destino, de vez en cuando se le pasaba por la cabeza alguna que otra idea y gustaba de contárselo a los seres que habitaban aquel mundo del que ahora era dueña, prefería hablar con ellos que hacerlo sola en voz alta, temerosa de que el viento le hurtara los tesoros de su mente, imposibilitando la manufactura de los mismos, y así decía:
- Hoy he tenido una idea, ¿sabéis?- y entonces se lo contaba todo a sus amigos, que como no la respondían, realmente no les profesaba una amistad real, para ella eran simples espectadores del teatro de su mundo interior.

Solía empezar con Paco, el gran naranjo, miraba sus enormes naranjas redondas y hermosas de formas y tamaños variados, naturales, que nada tenían que ver con las que vendían en las grandes superficies, porque este naranjo era solo para ella, y no necesitaba de productos químicos ni abonos especiales, tampoco las recogía y calibraba, no llevaban pegatinas con nombres como guste miel ni cosas así. Comenzaba con Paco porque exhalaba un aura señorial y llevaba allí desde antes de nacer ella, confiriéndole un estatus de sabio, luego preguntaba a Estroncio, el burro, qué le parecía su plan de ese día, este se limitaba a mover sus orejotas para escucharla mejor, pero guardaba silencio, también estaban por allí Gorgojo, la urraca, Camunto, el erizo y Curcuma, el arbusto, como en una obra de teatro, todos ellos la prestaban atención respetuosamente sin interrumpirla hasta que terminaba, que era cuando ella hacía una pausa en espera de confirmación a sus elaborados planes. Como la respuesta no llegaba nunca, se levantaba dándoles la espalda y sin despedirse entraba en la casa y cerraba de un portazo.

La verdad es que, en aquellos esquemas de posibles futuros, todo el mundo ganaba, Jacinta hacía algo increíble, creando un pequeño paraíso en la tierra beneficioso para los suyos, empezando por sus colegas de conclave, y todos eran muy felices en aquel gigantesco patio heredado, de futuro incierto.

Esa mañana, Jacinta se fue rápidamente al mercado, deseando contarle a su amiga la buena nueva, entro como una exaltación en la pastelería de Clara y la dijo que se pasara por casa a eso de las seis para merendar juntas, por supuesto no espero su turno en la cola, lo que tenia que contarle a su amiga no podía esperar. Después de hacer la compra volvió a casa, por el camino se cruzo con el marido de su amiga, -que guapo estaba Manuel ese día- pensó. Manuel salía de un establecimiento, era repartidor, recorría la comarca con una furgoneta grande, que a Jacinta le parecía enorme, como sus brazos, hacía calor y sudaba copiosamente por el esfuerzo de descargar los comestibles, Jacinta le enjugo la frente con un pañuelo de lino que guardo cuidadosamente, le dio un beso en la mejilla y le deseo un buen día, luego se marcho, no sin antes mirar de reojo la furgoneta. En casa limpio sobre limpio, comió y se sentó a esperar a Clara con la mirada perdida en el aire del saloncito de visitas, en ese espacio que parecía albergar poco mas que oxigeno y motitas de polvo que brillaban aritmicamente con el sol que inundaba la estancia, Jacinta podía ver perfectamente la forma de sus ilusiones, invisibles para el ojo ajeno, desde el alfeizar de la ventana, Gorgojo la observaba con detenimiento, como si su concentración le permitiese entrar en la cabeza de la señora de la casa, y poder así, anticipar el acontecimiento.


A las seis en punto el aldabón de la puerta de roble macizo, arranco a Jacinta de sus adentros.
- Pasa Clara, ¿como estas?-
- Bien, cuéntame eso tan importante- se conocían de toda la vida y los preámbulos no eran necesarios entre ellas.
- Vamos al patio, así te harás mejor idea de lo que te diga-
Una vez fuera, se sentaron de frente a la tapia que se perdía a lo lejos.
- Esta noche he soñado que convertía este lugar en un prado, verde, con varias clases de hierva, lo llenaba de vacas lecheras y allí, a la derecha levantaba un cobertizo donde poder ordeñarlas.
- ¿Que te parece?-
- ¿Vacas?-
- Si, lo arranco todo, los arbustos, el árbol y el pesebre, así sucedía todo en mi sueño, luego te vendía a ti la leche para hacer pasteles, y tu marido los repartía por todas partes, quien sabe, puede que incluso por el mundo entero-.
- Vaya Jacinta, es increíble, y todo eso salio de tu cabeza?-
- Si, bueno, ¿que te parece?-
- No se, pero si hay alguien capaz de hacerlo, esa eres tú, yo te apoyo, ya lo sabes.
- Si si, ya lo se- Jacinta miraba sin ver a su amiga, construyendo en la cabeza la forma de sus deseos.
Después de unos minutos de hablar para aquí y para allá, desaparecieron en la casa y el patio quedo en silencio, mas de lo habitual, de echo parecía un cementerio después de un grito horrible, donde hasta los muertos contienen la respiración completamente mudos a la espera de ver aparecer el horror en cualquier momento.

Por la mañana Jacinta se levanto y descubrió que estaba en cinta, se puso muy contenta, desayuno, se vistió, y marcho rauda al mercado, allí busco la furgoneta de Manuel, y tuvo mucho cuidado de esquivar la tienda de Clara. Al medio día regreso a la hacienda y puso un asado ha prepararse, salio al patio con la colada y una cestita de pinzas.

Tres días después de conocer la noticia de la vaqueria, Clara le dijo a Manuel durante el desayuno que no sabia nada de Jacinta, este se limito a encogerse de hombros y marcharse de caza. Clara decidió ir a ver a su amiga a la salida del trabajo, quizá podrían comer juntas.
Cuando llego a la gran casa llamo a la puerta sin obtener respuesta, después de un tiempo prudencial la abrió y entro, llamo en voz alta y nada, miro en las habitaciones y tampoco la vio por parte alguna, se dirigió a la cocina donde un fuerte olor a quemado le arrugo la nariz, en el horno había una bandeja ennegrecida que debió ser comida antes de quedar carbonizada, esto no era normal y empezó a preocuparse realmente, la puerta que daba al patio se encontraba abierta, salio y la vio tirada en el suelo junto al cesto de la ropa para tender rodeada por un arco iris de pinzas de colores, muerta.

La policía no tardo en llegar, el inspector apareció unos minutos después, para entonces había una patrulla de locales, otra de nacionales y una ambulancia a la espera del forense para retirar el cadáver. El forense dictamino que la muerte seguramente se debía a un impacto en la cabeza con el suelo pedregoso, produciéndola un traumatismo craneoencefalico.- Quizá se desmayo por lo que fuera - dijo el inspector Maturana - Quiero pensar que esta pobre chica murió en el acto-, le dijo al forense, - Ya se vera Maturana, le pasare el informe en cuanto lo tenga-.
Unas horas después el lugar quedó desierto, las sillas seguían apuntando en la misma dirección, abarcando el enorme patio. Fue Camunto quien rompió el silencio.
- ¿Significa esto, que ahora ya no habrá prado?-
- Esta claro que no- dijo Gorgojo - al menos por ahora-
- ¿Que quieres decir? - pregunto Curcuma con tono preocupado.
- Pues que esa ya no va a poner césped ni nada, pero no sabemos que hará el que venga después-
- ¿Entonces no me arrancan?- dijo con un estremecimiento que movió todas sus hojas.
- No- le tranquilizo estroncio, con las orejas de punta.
- Dime una cosa Gorgojo- dijo Paco - ¿ No parece que te importe la muerte de la señora?
- ¿Que insinúas árbol?- grazno y voló hasta posarse donde todos pudieran verlo bien, sobre la mesa junto a las sillas.
- Te he visto mirarla desde las ventanas, y hoy le faltaba el colgante de oro que le regalo su madre, no lo llevaba al cuello cuando la ambulancia se marcho-. El naranjo hablaba con calma y todos esperaron a que terminara.
- Así que piensas que la maté y después se lo quite ¿verdad?- gorgojo parecía enojado y movía la cabeza arriba y abajo con nerviosismo.
- No digo que la mataras, pero eres tú quién colecciona cosas brillantes, ¿quién si no lo habría hecho?- tardo casi un minuto en decir todo esto.
- Y que dices de ti- se giro moviendo las alas, mirándoles a todos para asegurarse su atención- no se si os habéis fijado, pero a Paco le falta una de sus naranjas de la tercera rama de la parte baja, a lo mejor la lanzaste y golpeaste su cabeza- ohhh dijeron los demás al unisono y se volvieron a mirarle y corroborar la ausencia de la pieza, el árbol pareció encogerse unos instantes.
- ¿Es eso cierto?- le pregunto Estroncio.
Camunto se acerco hasta que le cubrió la sombra del naranjo y miro hacia arriba.
- Por supuesto que no- se defendió Paco, -esa naranja se me callo anoche y un gato se la llevo, ¿porque crees que yo querría matarla?.
- Bueno Paco, tu tienes mucho que perder- espeto con voz ronca - eres un árbol, firme candidato a ser talado para hacer el prado, si eso no es un motivo-.
- Me sorprendes Paco- dijo Camunto -No lo hubiese pensado de ti-
- No tan raudo erizo, tu también tienes mucho que perder, si arrancan a Curcuma te quedas sin casa, a lo mejor dejaste una de tu púas en el suelo con la esperanza de que la pisara y cayera al suelo, golpeándose- Paco movió una de sus ramas dejando caer una gran naranja cerca de Camunto, el cual se alejo hasta situarse cerca de Curcuma.
- ¿Hiciste eso pequeño?- le interrogo el arbusto cuando se le acerco.
- Pues claro que no, me conoces de sobra, duermo bajo tus hojas cada noche-.
- Pues a lo mejor tu amigo arbusto es un asesino, erizo- Salto Gorgojo desde la mesa.
- No lo creo- le defendió Camunto.
- ¿Porque no?- grito la urraca con las alas abiertas- bien pudo ponerle una hoja de las suyas en el café de la mañana para envenenarla, se desmayo y bum, golpe en la cabeza, muerta, y nada de arrancarle.
- Cálmate Gorgojo- interrumpió Estroncio. - no creo que las hojas de Curcuma sean venenosas-.
- En realidad...- El arbusto titubeo unos segundos, - si son venenosas, soy una adelfa, así que si lo soy, venenoso, quiero decir-.
- Entonces quizá si fuiste tu- le dijo el burro apartándose de la hojas.
- Oye oye, no te dispares, tu también podrías haber sido- se revolvió Curcuma.
- No creo- dijo Paco, el estaba cerca del pesebre mientras ella colgaba la ropa.
- A lo mejor le lanzo una herradura desde allí- señalo Camunto.
- La policía la habría encontrado de ser así- dijo Paco.
- Quizás se la llevo después Gorgojo- observo Curcuma.
- ¡¿Que?!, te crees que somos cómplices, arbusto idiota- el pájaro levanto el vuelo y se marcho graznando insultos y amenazas. Unos arboles mas allá, se oculto en su nido malhumorado, sobre sus tesoros, todos brillantes, anillos, cristales de distintos colores, un colgante y un canto redondo de color rojo.
- Creo que voy a tomar el sol un rato- dijo Paco, y luego guardo silencio.
Camunto, agobiado, quiso guardarse bajo la base de Curcuma, pero ya no se fiaba y fue a buscar una piedra grande, junto a la escarbar un agujero. Estroncio les miro detenidamente, una leve brisa acaricio su grueso pelaje anunciando el cambio y después se marcho entristecido bajo el sotechado a rumiar lo sucedido.

Clara estaba en casa, triste, hoy no había abierto la tienda, no lo había hecho desde que encontró a Jacinta, sentada junto a la ventana del salón, buscaba en el paisaje cotidiano una explicación con que apaciguar la angustia que la paralizaba, ¿como podía haber ocurrido algo así?, pensaba, y de forma tan horrible. El inspector Maturana le había dicho, que su amiga estaba en estado. - ¡¿Jacinta embarazada?!- dijo sorprendida - ¿Pero como?- se pregunto en voz alta. - ¿De quien?- dijo a su vez Maturana, - ¿Porque no estaba casada verdad?-. El inspector había dicho que la pobre debió perder el conocimiento debido a una bajada de tensión o algo así, cayo al suelo pedregoso donde se le incrusto una piedra y ...en fin, eso es todo, lo siento mucho señora Buford. Maturana no pudo evitar abrazarla antes de despedirse.
Unos minutos después entro en casa el señor Buford, venia de caza.
- Hola Clara, ¿como estas?-
- Bien-
- ¿Hoy tampoco has abierto?-
- No, lo siento, no he podido-
- No te preocupes-
- ¿Que tal te ha ido?
- Bien, conseguí una liebre- la dejo sobre la mesa de la cocina, guardo en un armario el zurrón, la bota de vino y la honda, luego se lavo las manos - ¿Quieres café?-.
- Si, gracias, hacía bastante que no cazabas algo-.
- No es cierto, hace unos días mate una paloma-.
- Pero no trajiste nada-.
- No, la deje allí-.
- ¿Porque?-
- Es mejor así-. Se sentó a la mesa y le cogió la mano a su esposa, esperando a que la cafetera terminara.

                                                    fin

                                                                                          dedicado a  Isabel  A

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